miércoles, 4 de junio de 2008

El peso de oro...

Hay momentos en la vida en que no importa qué es lo que ves sino hacia dónde está tu mirada. Es uno de esos días en los cuales el primer café no te sirvió de nada pero sabes que el segundo no te va a ayudar en mucho.


Caminas por la calle y ni siquiera te fijas en lo que hay alrededor pero ahí vas, paso a paso golpeando con todo y con nada al mismo tiempo. Primer error. Porque las banquetas están inundadas de auténticos misiles pegajosos y lo peligroso no es el chicle que pisas y se te queda en el zapato, sino la mucosidad salvaje que el marrano de adelante expelió de su boca, cae en el piso y tremendo resbalón que hace que te agarres de lo primero que puedes. Lamentablemente lo primero de lo que te pudiste agarrar es la falda rosa hippiosa de la fémina que pasaba a tu lado justo en ese momento.


Después de que te recuperas y oyes quejidos lejanos, volteas a tu mano y ves el pedazo de tela rosa colgante. Te levantas lo más rápido que puedes y le subes la falda disculpándote hasta el cansancio, claro, después de darle un buen vistazo a la tangamanga blanca. Segundo error. No te das cuenta de que viene acompañada de tremendo gorila que está a punto de romperte toditita la madre por bajarle la falda a su vieja. Y de tener el ojo morado a las piernas adoloridas, pues échate a correr.


Ya frustrado por el comienzo del día tomas el camión. Como no hay dónde sentarse te agarras del tubo y se te cuelga la cabeza. Mirando hacia abajo ves un pequeño lunar, un pequeño lunar que se aleja y se acerca y se aleja y se... Hasta que sientes la mirada de la dueña del lunar que te has quedado viendo todo este tiempo. Haces como que rascas el asiento de frente a ella y te haces güey. Se levanta la mujer y mientras te haces a un lado para que pase, te sonríe y se pega un poquito a tí. ¡Vaya! Pues no tan mal, hasta eso.


Te sientas en el ahora libre asiento y te empieza a ganar el sueño. Ya medio despertando te despabilas y lo primero que vez es tremendo chupón de mamila queriéndote sacar el ojo. Es impresionante como no ha tomado vida propia por el tamaño que se asoma y lo único que haces es admirarlo. Oyes un carraspeo pero no le haces caso. Lo oyes un poquito más fuerte. Hasta que definitivamente la dueña de tremendo pesote da unos pasos hacia atrás y, como perro siguiendo a su amo, tu cabeza voltea más de lo que puede girar. Último error, a ver quién te quita la tortícolis por andar de muerto de hambre.


Ora sí, hasta la próxima semana.

1 comentario:

Unknown dijo...

No manches, ya portate bien para que Gaby te de de comer.